"LA CABRA QUE ESPERABA CADA TARDE EN LA ESTACIÓN DEL TREN"_ AMÉRICA COMPARINI SALAS _ TALAGANTE_ CHILE

Esta historia me conmovió profundamente. 
Y la creo, porque a través de mi vida he visto y  comprobado que los seres vivos  "más leales" son los animales.
La fidelidad y lealtad humana es muy limitada y siempre tiene un precio, dependiendo de las circunstancias ...
y me incluyo.
Ya que ellos no cuestionan , no desconfían, no mienten, no postergan, no tienen prejuicios y no actúan   según sus propios  intereses, como los humanos y   son capaces de amarnos de verdad.

LA CABRA QUE ESPERABA EN EL ANDÉN 
Lucerna, Suiza, 2017.
En una pequeña estación de tren al pie de los Alpes, donde el aire huele a madera y nieve, los pasajeros comenzaron a notar una presencia curiosa: una cabra blanca con manchas negras, sentada tranquilamente en el andén número 2.

No estaba atada.
 No tenía campana.
 No molestaba a nadie.

Solo esperaba.

Todos los días, entre las 16:40 y las 17:10, la cabra aparecía y se quedaba allí, mirando el tren regional que venía desde Berna. Cuando las puertas se abrían, estiraba el cuello, olfateaba, y luego se daba media vuelta y se marchaba sin hacer ruido.

—¿De quién es esa cabra? —preguntó un supervisor.

—Dicen que era de un pastor que venía todos los días a ver a su nieto —respondió la mujer de la taquilla—. Pero el hombre falleció hace meses.

La historia parecía imposible. Pero algunos ancianos del pueblo lo confirmaron.

—La llevaba con él al tren. 
La ataba afuera mientras tomaba el café con su nieto en el andén. 
Siempre en el mismo banco. 
Siempre a la misma hora.

Desde la muerte del abuelo, la cabra había vuelto sola cada tarde. Sin que nadie le indicara el camino.

El personal de la estación intentó alejarla. Pero regresaba. 
Incluso si la llevaban a otra granja. 
Siempre encontraba la vía de vuelta.

Una niña, conmovida, comenzó a traerle manzanas. Otros pasajeros le dejaron agua. Los maquinistas la saludaban desde la cabina con un silbido suave, y ella movía la cabeza, como si comprendiera.

Un día, un tren llegó con retraso. Nadie lo notó al principio. Pero cuando se abrieron las puertas, la cabra se levantó. Y por primera vez, no se marchó sola.

Del vagón bajó un joven con una maleta vieja. Se detuvo, la miró, se agachó… y comenzó a llorar.

—¿Abuelo te trajo hasta mí? —dijo.

Era el nieto. Había vuelto después de muchos meses fuera. Y allí estaba ella. Como una señal. Como una promesa cumplida.

Desde entonces, la cabra dejó de aparecer cada tarde. Solo iba de vez en cuando, con el joven que la adoptó como parte de su familia. Pero en el banco de madera donde solía esperarlo, hay ahora una placa pequeña, de latón pulido:

“En honor a quien nunca dejó de esperar.
Porque a veces el alma… camina sobre pezuñas.”
Fotografía: Crédito a quien corresponda.
Texto tomado de la red, crédito a quien corresponda.

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