lunes, marzo 17, 2014

EL TREN DE FUEGO (1993) FRANCISCO AZUELA ESPINOZA (MÉXICO)

    Lágrima dos
Era un tren de fuego,
extraño,
legendario,
medidor del frío,
detenido en el sismo;
invierno viejo,
grande de tiempo,
cansado,
donde todos los olores
llevan el ritmo de una esencia desgastada.
Cómo llovía esa vez,
el Reconocedor se echó a dormir,
castigador de hierba,
cadáver recobrado en sus aptitudes,
manchador de agua.
Alguien dijo que la música de los caracoles era perpetua,
el eco,
cuerpo gemidor de almas.
La tierra se ha llenado de arrugas,
el agua hará su revolución,
visitadora de espacios.
El cántaro es un tiempo aglomerado de brujerías,
suspendido del aire,
abofeteador;
no hay vacío en el cántaro,
atrapador de los ruidos;
el día que el nicho sea abandonado por sus rumores,
¿quién podrá resistir la manifestación de claves
aún no descifradas?
La filosofía se cientifíca con la nostalgia de otros dolores,
vieja cárcel de hambre
donde el olor de flores dejó el camino del espíritu.
Si el frío viniera a la intensidad del fuego
y el Tren siguiera el murmullo de las quejas
como oidor de solitarios,
cuya única herencia en horas
depende del motor y el carbón de lumbre.
Si fuera recogiendo lo roto y llorado,
lo amargo,
lo infierno;
si recogiera la viudez de la gente,
de la tierra,
del polvo;
ceniza y pájaro carpintero ya fallecido,
el silbido de fuego llegaría a las ciudades de nieve
y el frío volvería a su antes.
Francisco Azuela Espinoza
    Lágrima uno
¿Quién camina poeta sobre tus lágrimas?
Lleno de sauces el tiempo echa su llanto y su asma;
viejo y tullido echa su cárcel de árboles sobre el mundo,
su tierra de metal y de hambre eléctrica.

El tren lleva el nombre de una estación que nadie sabe,
la piel de cacto emana sangre de muertos
con una nueva especie de dolor.
El cementerio se enraíza,
pinta pálidos en la cara,
el pozo dejó salir el agua;
tumbas sin muertos,
esqueletos sin hueso,
tierra de asentamiento amplio,
largo,
hondo.
Ya saben por qué todos los días
alguien se lleva algo de humano
en la leyenda de las hondas lastimaduras.
Francisco Azuela Espinoza