LA NOBLEZA ESPIRITUAL ANTE LA BARBARIE
Ante la violencia fanática de los gobiernos dictatoriales que proliferan en el mundo de hoy, propongo considerar la valentía de los jóvenes sin mancha dirigidos a rescatar la libertad y el conocimiento sin ataduras dogmáticas. Admito que un gran número de los maestros ha sido vencido y toleran la destrucción del poder político, pero puede advertirse que en el fondo de sus conciencias está la necesidad primaria de la sobrevivencia. La sociedad organizada ya no es la misma que renació al recuperarse la libertad y se inició la reconstrucción del mundo occidental.
En enero de 1934, al negarse a jurar lealtad al régimen fascista, Leone Ginzburg perdió su cátedra en la Universidad de Turín. Al empacar sus libros y sus cosas, recibió a un sacerdote que lo increpó crípticamente: “Nosotros jamás se lo perdonaremos.” Ginzburg no entendía la afrenta y formuló esta pregunta: ¿Quiénes somos ‘nosotros’ y qué es lo que no pueden perdonarme?-Nosotros, contesta el cura, somos “gente que comprendemos que la máxima sabiduría de la vida radica en adaptarse, y lo que no le perdonamos es que usted se niegue a aceptar esa verdad.” La indocilidad del escritor permanece hasta los últimos días. Su última señal de vida, una carta a su esposa y a sus hijos es una invitación a la terquedad, a la audacia, a la valentía. “Sé valiente,” escribe como un último aliento. Esa valentía socrática es el arrojo de buscar sabiduría en un mundo que premia la ignorancia, de distinguir el bien del mal en tiempos que se empeñan en negar la moral y de buscar la verdad, aunque las mentiras sean más cómodas. A eso se le llama nobleza de espíritu.
Por sus ideas antifascistas y sus raíces judías, fue encarcelado por los nazis y murió tras ser torturado en la prisión romana de Regina Coeli.
Mucho de valentía se requiere ahora para juntar dos palabras como nobleza y espíritu. Es una defensa urgente de la cultura en un tiempo en que imperan el lucro, la farsa y el fanatismo.
Sólo la razón y la tolerancia pueden proteger al hombre de la barbarie acechante. La política no puede salvarnos. Dejada a su suerte, terminaría aniquilándonos. La democracia bárbara ahogaría el discernimiento, desdeñaría la dignidad humana, olvidaría la virtud y la responsabilidad. Sólo la cultura, el arte, la religión puede cuidarnos de las idolatrías.
Rob Riemen, filósofo inspirado en la verdadera filosofía, invita a ser cuidadosos con las ilusiones: “El arte, la belleza y los relatos sólo contribuyen a liberar al alma humana de la angustia y el odio, acompañando al hombre en su trayectoria vital. El arte no es poder, sino consuelo; no es que nos haga creer que la vida es buena, lo cual sería una mentira, sino que comparte nuestras dudas y nuestros sentimientos.”
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