Mi música fue una sinfonía de aromas, pregones y, de fondo, un espectáculo de colores. Unos enormes pimentones, rojos, verdes y amarillos, yacían ignorantes de haber sido los inventores del semáforo mucho antes que los hombres y cuando no se necesitaban. Unas papas, libres de prejuicios, mostraban su obesidad rosada, mientras los tomates, tímidos y pudorosos, acentuaban su rubor. También unos rábanos lo hacían, pero de ellos no me fío. Son como muchos izquierdistas, muy rojos por fuera, pero tan desteñidos por dentro. Pero como sea, aquello quedó atrás.
Habría que agregar a las sádicas cebollas esperando que alguien feliz se las lleven, para luego ellas les hagan conocer el llanto.
Qué decir de las peras , envidiosas de la redondez de las manzanas y más aún , de la bíblica capacidad que tienen de incitar el pecado !
Ahora todos esos aromas y sabores, gracias a la magia del fuego, consumarán nupcias con el orégano, la sal, la pimienta y el comino en el acuoso lecho de la olla.
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